jueves, 1 de mayo de 2014

Una visión subjetiva

Siempre resulta curioso como ven el ajedrez las personas que no lo practican o que simplemente no lo conocen. Hay opiniones para todos los gustos. Los que menos, lo ven un "juego" tedioso y aburrido. Otros, simplemente no les atrae. La gran mayoría que lo han jugado de manera esporádica confiesan que le hubieran gustado practicarlo más. Estos últimos, a pesar de no ser ni tan siquiera jugadores aficionados, se sienten atraídos y es más que probable que intuyan que el ajedrez es algo más que un simple juego. Este es el caso de nuestro amigo aventurero y escritor, José Victoriano Bay Arias. José nos regala su particular visión que le produjo el ajedrez allá por los años 80 a colación de una simultánea que tuvo la suerte de presenciar en Bilbao, en la que participaban como principales protagonistas Karpov y Kasparov. Nuestro más sincero agradecimiento a José, que también nos brinda unas fotos de aquel evento completamente inéditas realizadas por él. Estas son sus palabras:

   En los años 80 viví en Bilbao, en esos tiempos una ciudad muy diferente a la de hoy, un Bilbao en la etapa más dura del terrorismo, y donde la marea de la heroína acababa de destrozar los diques familiares que el hundimiento de la industria pesada había dejado socavados; un Bilbao al que le faltaban años para el Guggennheim, el metro y los edificios diseñados por famosos arquitectos; con la rivera del Nervión atestada de talleres en ruinas y de galpones donde ya solo se almacenaban basura, hierros oxidados y cientos de jeringuillas hipodérmicas; una ciudad que buscaba volver a encontrar su lugar y salir en la prensa mundial por otras cosas que no fueran coches bomba y secuestros. Esta es la historia de una de esas simultáneas.
Aquel domingo, después de desayunar en el bar de siempre y como siempre con mi eterna bolsa de fotografía entre los pies, me acerqué a la gran vía de Don Diego López de Haro para tirar unos carretes en el acontecimiento más importante, partidos de Atletic aparte, que tenían en ascuas a los bilbaínos; Karpov y Kasparov, además que otros cuantos de los que nadie hablaba, jugarían al ajedrez contra media ciudad.
Karpov
Karpov
   De camino me puse a recordar cuando yo jugaba al ajedrez. Entendámonos, ni siquiera me considero un aficionado, eran partidas entre amigos de clase que echábamos un par de veces al mes en un bar, que ya no existe, cercano al instituto y llamado El Submarino, quizá porque era un lugar estrecho y alargado; un bar normal, con dominós,barajas, máquinas del millón y un solitario ajedrez. En aquella partida habíamos llegado a esa etapa, que por cierto yo destetaba, donde con dos piezas o tres cada uno sudábamos para arrinconar al rey rival y darle jaque mate. Ese día yo, cosa rara, había estado acertado con la demolición y conseguí ganar, y mientras comentábamos el fin de la partida un anciano, impecablemente vestido, que había seguido nuestra partida nos pidió permiso para entrar en la conversación, reprodujo en el tablero la situación de unos movimientos antes de mi jaque mate y cambiando mi siguiente jugada nos enseñó como podría haber dado jaque mate con un peón, el último peón que había en juego. Que jugada más elegante, que sencillo, que airoso me pareció; pero más que eso fue que por un momento vi lo que había más allá de nuestras torpes partidas, fue como subir a una montaña para ver que detrás hay otras cimas; pero que cimas tan magníficas. Consideré a ese anciano como un maestro, pero no porque fuera capaz de dar mate con un peón, si no porque me enseñó que podía haber más allá de nuestros restringidos horizontes.
Kasparov
Kasparov
   Cuando llegué a la Gran Vía bilbaína las simultáneas estaban ya en marcha. cada maestro estaba en el centro de un cuadrilátero de mesas donde se sentaban niños y adolescentes, y como me esperaba todos los espectadores estaban en parcelas contiguas donde Karpov y Kasparov jugaban sus simultáneas. Pero había algo extraño, mientras en el cuadrilátero de Karpov todas las mesas estaban ocupadas en el de Kasparov pasaba lo contrario, solo quedaban dos jóvenes, uno al lado del otro, frente a sus tableros. Era chocante esa diferencia, solo tenía que guiarme y dar un par de codazos para asomarme a las dos partidas y ver la diferencia, en una Karpov se paseaba de mesa en mesa, algunas ocupadas por niños de 5 años, tomándose su tiempo para mover una pieza, supongo que dando posibilidades y giros interesantes a las partidas, y en la otra Kasparov, con ambas manos en la mesa esperando un movimiento que era respondido con contundencia asesina. Pronto a éste solo le quedó un jugador, que escoltado por los dos últimos compañeros de simultánea intentaban presentar batalla a un Kasparov que dándoles la espalda conversaba con un cámara y con un ingeniero de sonido que filmaban un documental. No dudaron mucho, en apenas 5 minutos abandonaron dejando a su contrincante como dueño del campo mientras a mi espalda Karpov mimaba a sus contrincantes. Parecía mentira que dos hombres de lo que entonces era el mismo país, con nombres tan parecidos y jugando a lo mismo fueran tan, pero tan diferentes.
   Viendo las diferencias de actitud de los dos rusos recordé aquella partida en León, las observaciones del anciano y lo que sentí, y me pregunté que jóvenes jugadores de aquella mañana de domingo habrían sentido algo parecido, y cual de los dos protagonistas de las simultáneas merecería ser llamado Maestro.


José Victoriano Bay Arias.
Las Palmas de Gran Canaria, 25/04/2014

1 comentario:

  1. Mi entrañable amigo Víctor ... , uno de los dónes que tienes es una memoria prodigiosa para los buenos momentos, que con los años tú la mejoras, es una gran virtud amigo !
    Destras de las cimas, siempre hay algo más ... y eso hace grande al hombre si tienes la mente abierta y despierta...
    Un abrazo para un bloguero polivalente
    Jose Manuel

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